28 de febrero de 2012

Final alternativo de la leyenda "El rayo de luna", de Bécquer

En 2º de ESO, en Noviembre de 2005, leímos en clase de Lengua la leyenda "El rayo de luna" de Gustavo Adolfo Bécquer, que es mi poeta favorito; y mi profesora Pilar, que ha sido una de las mejores profesoras que he tenido en mi vida, nos pidió que escribiéramos un final alternativo para esa leyenda. Y fue con ese relato que escribí entonces cuando me di cuenta de que eso de escribir se me daba más o menos bien, y que "de mayor quería ser escritora". :)
Así que ahí va la leyenda, que como todas las de Bécquer es increíble, aunque no está entera porque sería muy larga:
Sobre el Duero, que pasaba lamiendo las carcomidas y oscuras piedras de las murallas de Soria, hay un puente que conduce de la ciudad al antiguo templo de los Templarios, cuyas posesiones se extendían a lo largo de la opuesta margen del río (...).
Manrique, presa de su imaginación de un vértigo de poesía, después de atravesar el puente, desde donde contempló un momento la negra silueta de la ciudad que se destacaba sobre el fondo de algunas nubes blanquecinas y ligeras arrolladas en el horizonte, se internó en las desiertas ruinas de los Templarios.
La medianoche tocaba a su punto. La luna, que se había ido remontando lentamente, estaba ya en lo más alto del cielo, cuando al entrar en una oscura alameda que conducía desde el oscuro claustro a la margen del Duero, Manrique exhaló un grito, un grito leve, ahogado, mezcla extraña de sorpresa, de temor y de júbilo. 
En el fondo de la sombría alameda había visto agitarse una cosa blanca que flotó un momento y desapareció en la oscuridad. la orla del traje de una mujer, de una mujer que había cruzado el sendero y se ocultaba entre el follaje, en el mismo instante en que el loco soñador de quimeras e imposibles penetraba en los jardines. 
-¡Una mujer desconocida!... ¡En este sitio!... ¡A estas horas! Esa, esa es la mujer que yo busco -exclamó Manrique; y se lanzó en su seguimiento, rápido como una saeta. (...) 
Dos meses habían transcurrido desde que el escudero de don Alonso de Valdecuellos desengañó al iluso Manrique; (...) dos meses durante los cuales había buscado en vano a aquella mujer desconocida, cuyo absurdo amor iba creciendo en su alma, merced a su aún más absurdas imaginaciones, cuando, después de atravesar, absorto en estas ideas, el puente que conduce a los Templarios, el enamorado joven se perdió entre las intrincadas sendas de sus jardines.
La noche estaba serena y hermosa; la luna brillaba en toda su plenitud en lo más alto del cielo, y el viento suspiraba con un rumor dulcísimo entre las hojas de los árboles.
Manrique llegó al claustro, tendió la vista por su recinto y miró a través de las macizas columnas de sus arcadas... Estaba desierto.
Salió de él, encaminó sus pasos hacia la oscura alameda que conduce al Duero, y aún no había penetrado en ella, cuando de sus labios se escapó un grito de júbilo.
Había visto flotar un instante y desaparecer el extremo del traje blanco, del traje blanco de la mujer de sus sueños, de la mujer que ya amaba con un loco.
Corre, corre en su busca; llega al sitio en que la ha visto desaparecer; pera al llegar se detiene, fija los espantados ojos en el suelo, permanece un rato inmóvil; un ligero temblor nervioso agita sus miembros, un temblor que va creciendo, que va creciendo, y ofrece los síntomas de una verdadera convulsión, y porrumpe, al fin, en una carcajada, en una carcajada sonora, estridente, horrible. (...).
Era un rayo de luna, (...) que penetraba a intervalos por entre la verde bóveda de los árboles cuando el viento movía las ramas.

Y el final que yo escribí es el siguiente:

Cuando Manrique ve a la mujer, la llama, ésta se para, pero no descubre su rostro tapado con una capucha blanca igual que su vestido de volantes. Manrique observa sus manos que están arrugadas como las de una persona mayor pero, sin embargo, la mujer parece muy joven.
-¿Quién eres? -pregunta la mujer con voz dulce.- ¡Vete, será mejor que no me veas!
-Me llamo Manrique. ¿Por qué no puedo ver tu cara? -le preguntó Manrique desconcertado.
-Soy un monstruo y me escondo aquí para que no me vean.
Manrique se acercó para quitarle la capucha, estaba deseando ver el rostro de la muchacha. Pero cuando se lo quitó, gritó y salió corriendo. La mujer tenía un hocico y unos ojos hermosos que hacían que todo el mundo huyera. Cuando Manrique cruzó el Duero, amaneció y la mujer llegó a su lado sin hocico y con sus manos normales, y le susurró:
-Te lo avisé; esto me pasa las noches de luna llena.
Pero Manrique ya estaba loco.

2 comentarios:

  1. anitaaaa me ha gustado mucho si! asii que como prometii aqui estoy leyendome los todos! PEDAZODEBLOG! :)

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    1. :) veo que ya no has tenido problemas al dejar el comentario! me alegro de que te guste, guapa! =D

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